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miércoles, 17 de marzo de 2010

La muerte sorprendió a Daniel tomando cerveza en una barriada de Caracas, a Johiman en un taxi y a Víctor jugando con sus hijos en casa. Nunca se conocieron, pero los tres yacen juntos en la morgue de la capital venezolana, donde hubo 67 muertes violentas en tan solo dos días.
Fue el fin de semana más trágico en lo que va de año en Caracas, una de las ciudades más peligrosas de América Latina con 140 homicidios por cada 100,000 habitantes en el 2009, según cifras extraoficiales.
"Unos tipos llegaron para robarle la moto, se resistió y le dispararon en la cabeza. Tenía dos hijos pequeños. Tiene que haber justicia, la muerte de mi hijo no puede quedar así'', afirmó entre sollozos Beatriz Martínez, madre de Víctor Miranda, asesinado el sábado.
A las puertas de la morgue de Bello Monte de Caracas, colapsada por el alto número de cadáveres recibidos, las familias esperan horas o días para recuperar un cuerpo.
El dolor deja en muchos casos paso a la rabia contra unas fuerzas de seguridad que consideran ineficaces.
"Nunca pensé que iba a estar aquí un día. En este país eso es lo que nos toca. Matar aquí es un deporte. Si se nos permitiera que cada uno tome su venganza, no creo que todos los fines de semana hubiera esta cantidad de muertos'', afirmó Miriam Zúñiga, cuyo hermano fue asesinado el sábado.
"Sólo provoca empezar a matar'', afirmó otro familiar.
Sentado pacientemente a las puertas de la morgue con un acta de defunción en la mano, José, un obrero de Maracay, en el oeste del país, aguardaba para recuperar el cadáver de su hijo de 22 años, que murió al resistirse a un robo.
"Es una lotería, cuando te toca, te toca. Así es este país'', aseguró en medio de las lágrimas.
"Es una gran impotencia. Siento que no puedo hacer nada'', repitió con aire absorto Juan Abano, mientras espera que le entregaran el cadaver de Johiman, inspector del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) acribillado dentro de un taxi.
Para muchas de estas familias, el infierno comenzó el viernes en la noche. Ese fue el caso de los padres de Daniel, un joven que recibió más de ocho disparos en Petare, una de las barriadas más peligrosas de la ciudad.
"¡Viene muerto, viene muerto!'', gritaban los camilleros del hospital Pérez de León, trasladándolo con urgencia con una leve esperanza de salvarle la vida.
Su madre, que lo trajo desangrado al hospital en un auto, lloraba golpeada por el dolor mientras los médicos sólo afirmaron que había recibido unos nueve impactos de bala.
"Tiene varias heridas de bala en el cuello, la cara y el pecho. Quien lo hizo quería matarlo de verdad'', comentó uno de los camilleros, mientras introducía el cuerpo en el depósito de cadáveres del hospital minutos después. La prisa es tal que ni siquiera le han cerrado los ojos.
En este hospital caraqueño, escenas como ésta son tristemente cotidianas.
"Los fines de semana, sobre todo cuando la gente cobra, son los más difíciles'', aseguró Haydé Rada, jefa de enfermeras en la emergencia del centro médico.
"Tengo 10 años aquí y 23 de experiencia, pero sigo siendo un ser humano y uno a veces se siente impotente, sin poder hacer nada cuando ve todo esto'', agregó emocionada.
Agentes de diversos cuerpos policiales custodiaban la entrada al hospital. Su misión es proteger a los heridos y a sus familias, calmar los ánimos de borrachos, maleantes y de algunos allegados impacientes o enfurecidos por la muerte de un ser querido.
"Esto no es culpa del gobierno, es culpa de las familias, un problema cultural, no se esfuerzan para que sus hijos estudien. El gobierno más bien pone todos los medios para que esto no siga ocurriendo'', afirmó un oficial de la policía.
Los heridos llegan en moto, en sus propios carros e incluso caminando con una botella de alcohol todavía sin terminar en la mano.
Otro joven baleado en el pie hace su entrada en el hospital ayudado por varios amigos. "Va a ser una noche movida'', afirmaron las enfermeras con aire resignado.