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martes, 15 de agosto de 2017


En un ecosistema de tipo humedal, familias de escasos recursos han ido rellenando con neumáticos, basura y caliche, para crear un falso suelo -que se hunde- sobre el que han construido casuchas. NAGUA. Son pobres y no tienen otro sitio en donde vivir. Esa es la excusa. Sobre una vegetación de humedales, en el mismo cauce del río Nagua, han colocado capas de neumáticos viejos, basura y caliche para crear un relleno inestable que vibra por el paso de un motor. Sobre ese suelo falso han construido casuchas y el lugar se conoce como La Islita de Río Mar. La alcaldía hace un año contó 27 familias pero residentes estiman que ya son 84.No pagan energía eléctrica, ni tienen servicio de agua, pero sí de telecable. A las casas se llega entre un laberinto de callejones. Las descargas de los baños terminan en el río, que desemboca en la playa, a unos 300 metros. Esto es lo mismo que La Barquita”, dice Eladio Cabada, al comparar a La Islita con el barrio que estaba a orillas del río Ozama, en la capital, que el Gobierno trasladó a un proyecto habitacional. Cabada es conocido como uno de los primeros residentes en el lugar, donde se instaló hace aproximadamente una década. Vive con su esposa y cuatro hijos en una casa de madera y zinc. “Este terreno lo utilizaban para crianza de ganado, entonces a mí me contrata el propietario como encargado de sus animales. Él tuvo un pequeño accidente; vía una riña le dieron unos cuantos disparos. Pensó que podía morir y me ordenó a mí que se lo diera a las personas pobres que en verdad lo necesitan (...) Le dimos un pedacito a cada quien, después que fueron propios, algunos vendieron”, recuerda. Asegura que su patrono fue quien hizo el primer relleno en el humedal, que tiene un área de 4,500 metros cuadrados. Posteriormente más gente fue agregando capas hasta que se ha formado una especie de isla, a la que se accede por dos pequeños puentes que conectan con el barrio Río Mar, que también se desarrolló sobre un terreno con características similares.
Mueva la barra de la siguiente imagen hacia la derecha y la izquierda para comparar el cambio de la isla entre 2013 y 2017. “Son ingenieros acuáticos”, afirma Junior Peralta, alcalde de Nagua. Conforme a lo que ha conocido al consultar a comunitarios, asegura que “el inicio de La Islita fue con un punto de droga”. “Los puntos de drogas en la República Dominicana funcionan de la siguiente manera: el dueño del punto, para no calentar el punto, mantiene cinco o seis casas a su alrededor, hacia atrás y hacia los lados, para proteger el punto. Producto de la presión de esa época, hace seis o siete años, el dueño del punto se trasladó y construyó La Islita, y fue dando terrenos a personas que se lo pedían”, cuenta. En general, en el lugar hay casas alquiladas a RD$1,500 o RD$2,000 y otras propias en espacios comprados por familias que han ido llegando con el pasar del tiempo.
Y cuando el río crece, La Islita se inunda. El gasto recurrente de vivir en La Islita Vivir aquí supone un gasto. Constantemente hay que renovar el relleno. Rafael Mendoza, quien tiene cuatro años en la isla, “consiguió un solar” a través de un amigo. Gastó unos RD$20,000 para hacer el relleno, compuesto por neumáticos viejos, residuos de construcciones y caliche. Como el suelo periódicamente se va hundiendo por estar sobre un ecosistema natural, eventualmente debe reforzarlo comprando más materiales y también pagar para que un obrero los deposite y amolde en su porción de la isla. Él reconoce que no valen la pena los gastos. “Pero ahí es que uno vive”, dice. Se escuda en que no tiene con qué comprar un solar en tierra firme para construir una vivienda o pagar un alquiler para él, su esposa y cuatro de sus seis hijos. Entre sus deudas está un san de RD$25,000. “Yo soy motoconchista y ahora mismo lo que gano son 200 y 350 pesos al día, entonces ¿cómo yo compro leche, pampers, pago casa, pago luz?”. La Islita está rodeada de basura que arrastra el río Nagua. Hay niños que juegan descalzos y, según narra Cabada, tres menores se ahogaron “por descuido”. En alguna esquina hay algún neumático con agua aposada, que se convierte en criadero de mosquitos, o estancada en algún charco. Mendoza y su esposa se enfermaron de zika y chikungunya. A los dos hijos de Andreina Polanco, de dos y tres años, les da mucha gripe. Ella es una madre soltera de 23 años que llegó a la isla hace cuatro años. Cuenta que su padre compró un pedazo a un vecino por RD$5,000 y gastó unos RD$15,000 para tirar el relleno, que incluye desechos sólidos recolectados en el barrio. El resultado es una desvencijada casa de madera, cuyo interior está forrado de cartón para ocultar los hoyos de las tablas. Ella espera que sea de noche para bañarse en el patio con una ropa vieja que la cubra. “Si pasa un vehículo muy pesado se mueve (la casa). Cuando llueve se hunde, coge agua la casa a veces, cuando el río está muy alto. Yo subo todo (a la mesa o en bloques) para que no se me dañe”, dice. Polanco trabaja limpiando una casa. Hace menos de un mes gastó RD$300 comprando desperdicios para rellenar y RD$600 más para que se los transportaran y depositaran. “Sale muy caro comprar un pedacito, hay muchas condiciones sí, de alquilar, pero no son propias, es mejor vivir aquí”, dice.
“La necesidad” invadió el ecosistema La Ley General de Medio Ambiente 64-00 prohibe los asentamientos humanos en lechos y cauces de ríos o en terrenos inundables, pantanosos o de relleno. Sin embargo, hace un año, la alcaldía de Nagua hizo un censo y contó 406 viviendas a lo largo del río que descargan en el acuífero. René Vásquez, un biólogo de Nagua, explica que los asentamientos en La Islita y en el barrio Río Mar han destruido el ecosistema. “Cuando en un futuro el río corra y se inunde, se va a meter por ahí y va a llevarse todo eso” “Antes de comenzar a construir había lagunas, había diferentes especies -explica-. Como se pusieron a habitarlo fueron rellenando y fueron desapareciendo las especies y cambiando el paisaje; eso ha hecho que muchas veces, cuando llueve o cuando el mar sube, el río sube, todo se inunde y haya que desalojar algunas de las viviendas”. “Ese verdaderamente es el cauce del río”, alerta. “Cuando en un futuro el río corra y se inunde, se va a meter por ahí y va a llevarse todo eso”. A esto agrega la contaminación directa del acuífero con el lanzamiento de desechos. “Ya la pesca que hay ahí no genera nada porque muchas especies se han extinguido y otras han emigrado”, dice Vásquez.
Entidades que trabajan con poblaciones vulnerables han ido al barrio a orientar a la gente sobre el manejo de desechos sólidos, como la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), que planifica proyectos para enseñar a la gente a reciclar y para concienciarlos sobre la reducción de riesgos. También han ido políticos con promesas de ayudas. Peralta, el alcalde, quien tiene un año en el puesto, recuerda que cuando estaba en campaña, residentes en La Islita le solicitaban la donación de caliche para rellenar. “Es un acto grande de irresponsabilidad, tanto de los alcaldes que estaban aquí, de Medio Ambiente, que permitieron eso”, dice. Indica que ha hecho llamados al presidente de la República para que atienda esa “Barquita” de Nagua. Pero no solo a La Islita, sino a las demás viviendas que están a orillas del río. Informa que el Ayuntamiento presentó a la Unión Europea un proyecto que cuesta 17 millones de euros para sanear el río Nagua, habilitar un mirador, trasladar a las familias y construir un hospital y una estación de bomberos. “Con un peaje de 25 o 30 pesos para la gente que cruza de San Francisco a Samaná se podía autofinanciar”, estima. El alcalde afirma que el Ayuntamiento tiene el control de la situación y que no están permitiendo la construcción de nuevas viviendas en La Islita. Sin embargo, el equipo de Diario Libre observó al menos tres en proceso de instalación. “Yo sé que es un peligro, pero se le hace difícil a uno pagar un alquiler de una casa para salir de aquí”, afirma Mendoza. “Mejor tomo el riesgo, fácilmente no duermo cuando llueve, pero tengo un lugar a donde vivir que es propio”. PUBLICADO POR DIARIO LIBRE