Malpasse es tierra de nadie, una zona ruidosa donde funciona el mercado binacional en la frontera de Jimaní, los siete días de la semana.
Allí no interfieren las medidas migratorias adoptadas en República Dominicana: los haitianos compran y regresan. A veces con nada en las manos.
Los comentarios de negociantes indican una disminución en las ventas debido a la carestía de los productos, incentivando un constante estado de suspenso que se detiene con las ferias (lunes y jueves).
Así lo expresa Jorge Araujo, un almacenista que paga transporte en fletes de RD$30,000 cuando se trata de movilizar un camión desde Santo Domingo, costos adicionales a la mercancía. En su caso: arroz, azúcar, espaguetis, salsa y sal.
“En la semana uno se sienta ahí –señalando a su emprendimiento– “para venir, para no quedarse en su casa”, dice. “Los haitianos siempre vienen a hacer precios; no compran, se van”, añade.
En un espejo en el que se visualiza cada vendedor consultado, como es la situación de Holita, una haitiana con una paletera y cuyo nombre está escrito según su pronunciamiento.
“Yo no vendo mucho, vendo un chin…”, comunica con sus dificultades para el español.
Ella cruza la puerta fronteriza cada mañana, conociendo que “no hay cuarto, no hay comida, no hay nada”, en medio de sus responsabilidades como madre de cuatro hijos que siguen en Haití.
Asedio de bandas
Cada uno de sus artículos los mantiene en suelo dominicano, ante el miedo de sufrir una requisa por las bandas criminales que controlan el lado oeste de La Española.
Las organizaciones, que ya fueron una piedra de tropiezo en el desarrollo del mercado, provocaron cierres luego de tener custodiado un pueblo cercano a la zona comercial.
Los negociantes haitianos tuvieron que mudarse de territorio, lo cual, en palabras de una puestera de chucherías, impulsó a que “se tuvieron que mudar hacia otro pueblo y está fluyendo un poco la venta”.
Sin embargo, la sombra del crimen se mantiene. Y es que, además de inspecciones que realizan las autoridades aduanales en el traslado de productos adquiridos en Malpasse, a los gangeros les tenían que “pagar un impuesto al pasar”.
Lo corrobora Julio Clidis Alberto Pérez, presidente de la Fundación Centro de Desarrollo Flor del Sol, quien manifiesta que “no se está viendo ningún tipo de irregularidades, algunos conflictos que se han dado con las comunidades haitianas se han ido resolviendo…”.
Las mismas circunstancias que mantienen la frontera dominico-haitiana cerrada y los intercambios limitados a los mercados binacionales, como recuerda: “aquí lo único que está fluyendo es el chin del mercado, no es que la frontera está abierta, la frontera está cerrada por orden del presidente (Luis Abinader)”.
Malpasse es tierra de nadie, una zona ruidosa donde funciona el mercado binacional en la frontera de Jimaní, los siete días de la semana.
Allí no interfieren las medidas migratorias adoptadas en República Dominicana: los haitianos compran y regresan. A veces con nada en las manos.
Los comentarios de negociantes indican una disminución en las ventas debido a la carestía de los productos, incentivando un constante estado de suspenso que se detiene con las ferias (lunes y jueves).
Así lo expresa Jorge Araujo, un almacenista que paga transporte en fletes de RD$30,000 cuando se trata de movilizar un camión desde Santo Domingo, costos adicionales a la mercancía. En su caso: arroz, azúcar, espaguetis, salsa y sal.
“En la semana uno se sienta ahí –señalando a su emprendimiento– “para venir, para no quedarse en su casa”, dice. “Los haitianos siempre vienen a hacer precios; no compran, se van”, añade.
En un espejo en el que se visualiza cada vendedor consultado, como es la situación de Holita, una haitiana con una paletera y cuyo nombre está escrito según su pronunciamiento.
“Yo no vendo mucho, vendo un chin…”, comunica con sus dificultades para el español.
Ella cruza la puerta fronteriza cada mañana, conociendo que “no hay cuarto, no hay comida, no hay nada”, en medio de sus responsabilidades como madre de cuatro hijos que siguen en Haití.
Asedio de bandas
Cada uno de sus artículos los mantiene en suelo dominicano, ante el miedo de sufrir una requisa por las bandas criminales que controlan el lado oeste de La Española.
Las organizaciones, que ya fueron una piedra de tropiezo en el desarrollo del mercado, provocaron cierres luego de tener custodiado un pueblo cercano a la zona comercial.
Los negociantes haitianos tuvieron que mudarse de territorio, lo cual, en palabras de una puestera de chucherías, impulsó a que “se tuvieron que mudar hacia otro pueblo y está fluyendo un poco la venta”.
Sin embargo, la sombra del crimen se mantiene. Y es que, además de inspecciones que realizan las autoridades aduanales en el traslado de productos adquiridos en Malpasse, a los gangeros les tenían que “pagar un impuesto al pasar”.
Lo corrobora Julio Clidis Alberto Pérez, presidente de la Fundación Centro de Desarrollo Flor del Sol, quien manifiesta que “no se está viendo ningún tipo de irregularidades, algunos conflictos que se han dado con las comunidades haitianas se han ido resolviendo…”.
Las mismas circunstancias que mantienen la frontera dominico-haitiana cerrada y los intercambios limitados a los mercados binacionales, como recuerda: “aquí lo único que está fluyendo es el chin del mercado, no es que la frontera está abierta, la frontera está cerrada por orden del presidente (Luis Abinader)”.