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domingo, 9 de marzo de 2014

El Masacre, río que divide la frontera domínico haitiana y que cuando tenía agua sirvió de escenario a Freddy Prestol Castillo para su famosa obra “El Masacre se pasa a pie”. Hoy luce sucio, depredado y abandonado por las autoridades de ambos países. Ahora sí es verdad que se puede cruzar a pie sin el peligro de la riada ni del “corte”.
POR: RICARDO RODRIGUEZ ROSA
ricardo_rguez@outlook.com

DAJABON. Amparados en la oscuridad de la noche, y en ocasiones de la complicidad militar, cada día decenas de haitianos ilegales logran violar los controles fronterizos para establecerse en algún punto de República Dominicana. Aunque la mayoría huye de la miseria que arropa a los casi 10 millones de habitantes de la parte Oeste de la isla, otros son fugitivos de la justicia de su país que buscan en este lado alguna madriguera para ocultarse.
Aunque los miembros del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza Terrestre (CESFRONT) realizan las labores de vigilancia en los casi cinco kilómetros de longitud del inhóspito terreno que bordea la parte más neurálgica de la frágil frontera, siempre queda alguna “brecha” por donde se puede pasar sin dificultad.
La mayoría de los haitianos que logran pasar la frontera de manera ilegal se internan en los campos del norte para dedicarse a labores agrícolas, mientras otros van a las grandes ciudades donde encuentran espacio en la industria de la construcción.
Los militares procuran controlar desde los puntos fijos como “El Puente” y “La Vigía” o utilizando motocicletas y muchas veces caminando por senderos tan irregulares que dificultan el desplazamiento de automóviles, estos hombres se han erigido en reales centinelas de la frontera, en una actitud que mezcla la responsabilidad con el patriotismo. La historia de la humanidad ha demostrado lo difícil que es hallar una frontera terrestre que no tenga puntos de vulnerabilidad, que son aprovechados por aquellos inmigrantes ilegales.
De ahí que, guiados por compatriotas que viven del tráfico ilegal de personas y secundados por dominicanos que aquí los reciben, los protegen y los guían hasta adentrarse a las grandes ciudades, estos escurridizos vecinos logran el objetivo de instalarse en este país.
Haitianos entrevistados en este poblado y en Santiago (ciudad que para ellos es un destino por excelencia, por múltiples razones) narraron la forma cómo regularmente logran convertir en realidad el sueño de vivir en este lado de la frontera.
Todo comienza cuando los denominados “poteas” (llamados así cuando originalmente se dedicaban al trasiego de productos comestibles y que ahora combinan con el tráfico de personas) reclutan a los compatriotas que desean venir en busca de mejor vida. Tras algunos días observando los movimientos de los militares que cuidan la frontera, determinan el lugar y horas de la noche que pueda resultar factible.
Completado ese aspecto, proceden a organizar los grupos con los que pasan el casi inexistente río Masacre, que languidece a medida que pasa el tiempo hasta el extremo de poca agua ya se desliza por sus orillas, mientras el centro de lo que antes fue su lecho está completamente seco y ahora es utilizado para secar la ropa que allí se lava.
Ya en esta parte de la frontera cada uno de los beneficiados paga hasta 2 mil pesos a sus compatriotas que inmediatamente los entregan a varios dominicanos que los esperan y los alojan en humildes viviendas localizadas en los barrios periféricos de La Fe y Benito Monción, de esta ciudad.
Allí son mantenidos por varias horas y, cuando sus protectores lo creen conveniente, atravesando montañas, montes y fincas privadas, se trasladan originalmente a lugares como Mao y Esperanza, donde algunos deciden establecerse, mientras que otros se arriesgan a llegar a Santiago, lo que regularmente logran.
Ya establecidos en la ciudad santiaguera, buscan la manera de integrarse al sector de la construcción de viviendas y edificios, contratados por particulares e instituciones estatales, mientras que otros pasan a formar parte de la cantidad de indocumentados que se gana la vida en negocios informales que realizan en las calles. Aquellos que deciden permanecer en los campos de la Línea Noroeste se dedican a las labores agrícolas.
El compromiso de sus guías dominicanos es llevarlos hasta Mao y, ya en ese lugar, deben pagar entre 2,500 y 3,000 pesos. Cumplida la entrega del dinero, estos regresan a este municipio para días después repetir la operación con otros grupos de ilegales.
Con la vivencia de esa odisea los haitianos ilegales evitan ser atrapados en los chequeos militares establecidos tanto en la carretera Mao-Dajabón, como en la que comunica este municipio con Navarrete, vía Montecristi.
Otros tienen mejor suerte y no se ven en la necesidad hacerlo por esos lugares, pues son recogidos aquí en vehículos por persona que aparentemente tienen contactos en los lugares de vigilancia, logrando pasar por esos chequeos sin mayores inconvenientes.
Los más no tienen respaldo económico para tratar de ingresar al territorio dominicano, por lo que muchos de ellos se consuelan al disfrutar de la poca agua que aún cruza en el río Masacre, tanto bañándose como lavando algunas de sus pertenencias, mientras que otros depredan el seco lecho en la parte de su centro, extrayendo de allí materiales para utilizarlos en construcciones.
La gobernadora Fiordaliza Caridad Ceballos, dijo sobre esta problemática que el tráfico ilegal de haitianos que se verifica en la frontera obedece a la vulnerabilidad que se registra en el lugar, y destacó los esfuerzos de las autoridades militares. Y más aún, no pone en duda que, a la par con el trasiego de haitianos, en esas operaciones también son transportadas armas de fuego y drogas, porque las condiciones son factibles.
No obstante, la representante provincial del Poder Ejecutivo destacó el empeño que cada día ponen los agentes del Cesfront y de la Armada de la República Dominicana (ARD) por resguardar lo mejor posible la frontera local, con lo que se evitan acciones peores.
Empero, precisa que es difícil que tales cosas no ocurran “porque lamentablemente hay dominicanos que ayudan en esa ilegal práctica, y aunque los guardias hacen su trabajo, no podemos decir que no sucede, por la permeabilidad de la frontera”.
La señora Ceballos estima que el tráfico ilegal de haitianos, armas de fuego y drogas puede reducirse considerablemente si Migración, el Cesfront y el Ejército de la República Dominicana dispusieran de mayores facilidades en equipos, técnicas y humanas.
Reconoció la sagacidad de quienes, a ambos laterales de la frontera, cada día saben capitalizar las limitaciones de un resguardo mucho más efectivo, por lo que con frecuencia cambian los lugares por donde atizan esos trasiegos, dependiendo la vulnerabilidad que provocan las limitaciones señaladas a las autoridades.
La mayor responsabilidad en el trabajo de campo recae sobre los 170 hombres y mujeres que integran la dotación del Cesfront en esta zona que, además de este municipio, abarca las localidades de Montecristi, Manzanillo y Loma de Cabrera. El teniente coronel Francisco López Liriano, comandante de la institución, tiene conciencia de las irregularidades que a diario se vive, con acciones al margen de la ley que auspician haitianos y dominicanos.
Asegura que con el material humano y logístico que han puesto a su disposición se realiza un trabajo adecuado, pero que se puede optimizar sobre todo con mayores recursos humanos, por lo que espera que la dotación sea aumentada, fundamentalmente porque el Cesfront está a punto de recibir nuevos miembros, algunos de los cuales podrían ser enviados aquí, con lo que se aumentaría el grado de seguridad. Mientras la frontera sea un punto vulnerable, la efectividad de cualquier plan de control de la inmigración será sólo un sueño de las autoridades.
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