RONTERA DOMÍNICO-HAITIANA.- A lo largo de los 45 kilómetros de la Carretera Internacional las pequeñas manos se extienden suplicantes mientras los pies persiguen a los vehículos que hacen el trayecto entre Pedro Santana y Restauración. "¡Dame algo, por favor, dame un peso!", dice Aniel, un niño de diez años que reside en la comunidad haitiana de El Corte, fronteriza con la provincia dominicana Elías Piña.
En estos caminos, agrestes e inhóspitos, el hambre hace eco en los estómagos de los niños. Su ruido replica como voces infantiles que piden ayuda en la vía de tierra que serpentea entre las miserias de Dominicana y Haití.
En el trote los niños pierden el aliento, tratan de tomar aire y los huesos amenazan con romper la piel desnuda. Su lucha es contra las estadísticas: en Haití uno de cada ocho niños mueren antes de tener cinco años y uno de cada 14 perece antes de los primeros doce meses, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas.
Las manos que piden también tiemblan. En creole o castellano, los gritos siempre dicen lo mismo en las comunidades haitianas de Le Cort, Calavacié, Tirolí y Pichirino: “¡Dame algo, dame algo!”.
“¡Dame un peso, dame cinco pesos!”, claman también los que en grupos van bajando las cuestas mientras, desde lo alto, las madres los espían para cuidarlos.
“Si tú haces un viaje por esa carretera, accidentada por cierto, tú puedes encontrarte con millares de niños desnutridos, que están a la orilla de la calle esperando que vehículos pasen para pedirles dinero o comida”, advierte Jeurys Valerio, de Solidaridad Fronteriza (SF), una institución no lucrativa que pertenece al Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes.
Como los adultos tampoco tienen dinero para sostener a sus familias, Solidaridad Fronteriza ideó un programa de empleo en el que les procura trabajo en el mercado de Tirolí, que se efectúa los martes y los sábados.
Valerio, coordinador de SF para la zona, recomienda a las personas que pasen por la carretera que les lleven comida fácil de digerir, instantánea: pan, queso, salami para que los niños puedan consumirla de inmediato.
| CIFRA |
| 2010 |
| Se estima que para 2010 la población de Haití, el país más pobre de Occidente, será de diez millones. La tasa de fertilidad es de cuatro niños por mujer, dice UNFPA |
Mientras esto sucede en el lado haitiano, en las provincias dominicanas de la frontera tampoco hay mucho qué ofrecer. En ellas, la incidencia de la pobreza es un 50% superior a la media nacional y triplica la incidencia de la pobreza extrema, según el informe sobre Desarrollo Humano 2008 del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
“Aquí ninguna organización reparte comida ni ayuda, no tenemos nada, por eso los niños piden, para que les den comida o dinero, que ellos les dan a sus papás para que compren en Tirolí”, exclama Eneas Pierre.
Pierre no tiene muchas esperanzas de que el drama cotidiano cambie. Entiende que el hambre continuará porque así ha sido siempre, desde que él era niño.
Los adultos también se colocan en la Carretera Internacional para pedir como solían hacer de niños, según explica Arcadio Sosa, coordinador de Centro Puente, una ONG que trabaja con niños en situación de calle en ambos lados de la frontera: Dajabón y Juana Méndez. “Esa forma de vida tiene mucho tiempo. Es una situación verdaderamente calamitosa y de verdadera pobreza. Cada vez que voy a esa zona me deprimo por la situación no solamente en que salen los niños y las niñas, sino también los adultos, por la necesidad que hay en esas comunidades”.
Una manera supervivencia
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| Roberto Guzmán / Clave Digital |
Para Sosa, la costumbre de pedir es una manera de supervivencia única en un área donde la degradación ambiental dificulta la agricultura hasta lo imposible.
De igual forma, otro factor contrario al desarrollo de las comunidades fronterizas haitianas es su lejanía de Puerto Príncipe.
Por ejemplo, un viaje desde la capital haitiana hasta Tirolí puede durar 14 horas a través de carreteras que son más bien pedregosos caminos vecinales. La comunidad haitiana de El Corte es una de las pocas que reciben alimentos y donativos. Sus niños no andan desnudos y sus casas son de bloque. En la entrada un letrero anuncia el padrinazgo conjunto de las organizaciones no gubernamentales “De mi casa a tu casa” y “Food for the poor” (Alimentos para los pobres), que solo en 2008 distribuyó en Haití 21, 164,352 libras de arroz.
En el país, el Programa Mundial de Alimentos (PMA) tuvo un proyecto con Visión Mundial en Bahoruco y la provincia Independencia. En lo inmediato, trabajan en la elaboración de otro plan que deberá impactar de forma positiva a 10 ó 15 pueblos fronterizos.
Sin embargo, aún están por definir dónde lo focalizarán, explica Elizabeth Fadul, asistente de programas del PMA.
A diario, por la frontera con Dajabón, decenas de niños cruzan hacia este lado de la isla con la esperanza de darle la espalda al hambre. No es raro que aparezcan quienes los utilicen para cargar armas o estupefacientes a través del río Masacre.
Así lo explica Arcadio Sosa, de Centro Puente, que trabaja con niños, pero nunca se ha encontrado con ninguno de la Carretera Internacional: “La comunicación que existe entre Dajabón y la parte sur hasta Restauración es un poco limitada, diferente a lo que ocurre desde Gonaïves hasta acá. Inclusive, conocemos niños que han venido pegados (de chivo) a camiones de allá para acá y cuando los camiones se detienen se apean y ahí se quedan lustrando zapatos si tienen la dicha de conseguir una caja de limpiabotas”.
Con el tiempo, dice Sosa, con esos niños suceden una de dos cosas: se convierten en los proveedores de la familia con el dinero que consiguen o no vuelven nunca más a Haití porque siguen avanzando, huyendo del hambre.
