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miércoles, 16 de junio de 2010

Por Cándido Mercedes
Nuestra clase política, es profundamente ególatra, sumamente codiciosa; extremadamente ambiciosa; pesarosamente interesada en sus intereses personales primero y ferozmente individualista; constructora de un narcisismo de colmena, donde ellos son la Abeja Reina.
El egocentrismo es parte de la naturaleza animal que llevamos dentro; es la parte primitiva y por lo tanto es una parte connatural a nuestra génesis; es por decirlo así, parte intrínseca de la naturaleza humana.
Si ello es así, ¿qué nos hace ser persona? La capacidad de trascender esa naturaleza humana primigenia de nuestra existencia como tal, que nos hará cada vez más persona. Es la necesidad de ser, de hacer, de servir, para trascender, y ser, en consecuencia, un ser social, que se realiza en tanto logra interactuar con sus congéneres para contribuir, para ser cada día más puente que fluye, en tanto colabora y desarrolla a los demás.
La manera más significativa de superar el egocentrismo – el egoísmo pernicioso, vicioso y brutal de nuestra Clase Política – es tratando de ver las cosas desde la perspectiva de la sociedad; desde la vinculación de las necesidades, deseos y aspiraciones de la gemeinschaft y gesellschaft que representan.
Ese egocentrismo político y económico, de nuestra clase política, es lo que los representa fundamentalmente como seres insaciables y voraces por el poder y por la acumulación de riquezas. El Ego, en nuestra clase política, está atrofiado, desordenado y con fuerte donaire de adicción, que convierten a sus miembros en personas con angustias permanentes de estatus, prestigio, simbología material, poder, riqueza. Ellos son la expresión del neofilismo social del mundo de hoy. Su felicidad está en la exhibición de todo lo alcanzado materialmente, y no en servirle a los demás de manera colectiva a través del diseño de políticas económicas, sociales y culturales, que nos hagan a los 9.8 millones de personas, más personas.
Más personas es más políticas inclusivas; es educar y educar es convertir a alguien en persona y ser persona es sacar lo mejor de uno mismo; condición indispensable para alcanzar la reciprocidad con los otros.
Ese egocentrismo de la clase política es lo que explica la acentuación y profundización de la cultura de la dependencia o cultura de la pobreza, que se devela cada vez más en el clientelismo y el asistencialismo, como modus vivendi y modus operandi; en vez de desarrollar una verdadera construcción social de la realidad, que sea permeada a través de un contrato social que posibilite y viabilice la necesaria cohesión social. Cohesión social que se constituye en la única fuente posible y sostenible de la gobernabilidad en los próximos años.
Ni el modelo económico ni el egocentrismo político pueden seguir en los próximos años, pues, están basados en la exclusión, en una lacerante inequidad y una pésima supervivencia de un 50% de la población.
En los últimos cinco años la Población Económicamente Activa fue de 650,000. De esos, la economía formal apenas absorbió 129,000; la economía informal, alcanzó la cifra de 421,000; mientras quedaron desempleados 135,000. Es una situación social explosiva que puede generar un “estado de necesidad” en los sectores excluidos, que puede derivar en resonancias sociales expansivas que trastoquen los cimientos de la gobernabilidad. El establishment así configurado no puede seguir, es insostenible.
La clase política vive ensimismada, como si ella fuera la parte vital de la sociedad; lo peor es que el paradigma mediático se lo hace creer, a través de su recreación permanente en los medios; su dimensión es tan significativa que en nuestra sociedad el hilo de separación de la vida cotidiana y la vida política es apenas imperceptible.
Eso hace al mismo tiempo que ésta se convierta cada vez más en Síndrome de Acuario, que como señala Mauricio De Vengoechea en su libro Las 7 Herramientas para Apagar una Crisis de Gobierno, es un mal que consiste en que el gobernante se acostumbra a ver y oír únicamente lo que sucede dentro de las paredes de cristal de su gobierno, lugar al que sólo tienen acceso quienes le dicen sin descanso que “todo lo hace bien”, que “los que critican están equivocados” y que “las cosas están mucho mejor”.
Ese Síndrome de Acuario que exacerba el egocentrismo, es lo que explica que un funcionario gane $700,000.00, $800,000.00 mil pesos de sueldos y que cuando le sumamos el paquete de compensación llegue a $1,300,000.00, a $ 1,500,0000.00, en un país donde en la Administración Pública hay sueldos de $5,000.00. Sólo el egocentrismo y el desorden que hay en el Estado Dominicano nos llevan a entender y a explicar esta enfermedad de la clase política dominicana. Sus prioridades, sus agendas no están conectadas con las aspiraciones de la sociedad.
El interés común para la clase política nuestra, es una especie de tara cultural; una tara que deviene en una calidad del desempeño mediocre y en una acumulación de riqueza a como dé lugar. Quieren que se les juzgue no por lo que son, sino por el cargo que ocupan, sin que importe la naturaleza de su carácter. Su deseo egocéntrico es influir en los demás por el peso de su puesto y no por sus realizaciones. El tener es su guía, su realización, su éxito y para nada el ser y lo que verdaderamente hacen.
En una parte importante del alma colectiva, de la conciencia colectiva de la sociedad, sabemos que esto no puede seguir así y que la aptitud al servicio del amor se vuelve inevitable; comienza a escucharse el eco de un cambio verdadero.