
Una serie de temblores se sintió en la región a mediados de enero y los sismos continuaron con intervalos regulares, aumentando la alarma en la ciudad medieval de la montañosa región de los Abruzzo, situada a unos 100 kilómetros al este de Roma.
Hace un mes, unas furgonetas con altavoces comenzaron a circular por L'Aquila pidiendo a sus habitantes que evacuaran sus casas, después de que el sismólogo Gioacchino Giuliani predijera que se iba a producir un gran terremoto, desatando la ira del alcalde.
Giuliani, que basó sus pronósticos en las concentraciones de gas radón en zonas sísmicamente activas, fue denunciado a la policía por "extender la alarma" y se vio obligado a quitar sus conclusiones de internet.
El 31 de marzo, la Agencia de Protección Civil celebró en la localidad una reunión del Comité de Riesgos Principales, formado por científicos encargados de valorar estos riesgos, para tranquilizar a la población.
"Los temblores que fueron sentidos por la población son parte de una secuencia típica (...) (que es) absolutamente normal en un área sísmica como la que hay alrededor de L'Aquila", dijo la agencia en un comunicado en la víspera del encuentro.
"Es útil subrayar que no es en ningún modo posible predecir un terremoto", agregó, y señaló que la agencia no veía motivos para la alarma, aunque a pesar de ello iba a llevar a cabo "un control y atención continuos".
Cuando los medios de comunicación preguntaron sobre la supuesto falla de las autoridades a la hora de salvar a la población antes del terremoto, el director del Instituto Nacional de Geofísica, Enzo Boschi, quitó importancia a las predicciones de Giuliani.