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viernes, 22 de enero de 2010

Un guardia de seguridad de los que patrulla las mansiones en el barrio rico de Petionville, Puerto Príncipe, mira a través de una puerta de entrada.
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Por JUAN CARLOS CHAVEZ

En lo más alto de las colinas de Petionville, en Puerto Príncipe, no hay muertos ni escombros en las calles. El terremoto que hace más de una semana enlutó al pueblo haitiano no sacudió a los ricos.
"La mayoría prefirió salir de Haití hasta que la situación mejore. Hay casas que han sufrido derrumbes. Son pocas, pero creo que eso no es ningún problema. Se construyen otra'', dijo Jean Robert, un obrero haitiano de 55 años que trabaja en esta lujosa zona reforzando un muro de contención.
En las laderas de la misma colina, el paisaje cambia. De las calles rectas, espaciosas y arboladas se pasa apenas sin transición a un amasijo de pequeñas y endebles construcciones. Hay muertos sin recuperar entre los escombros y los damnificados claman por la ayuda de los organismos internacionales.
Pero en la cima, los negocios atienden normalmente a sus clientes, el hotel Ibo Lelé, de Montagne Noire, no ha cerrado sus puertas; y en los edificios de apartamentos, como La Clos, apenas hay grietas en las paredes. Incluso la iglesia amurallada del distrito, Divine Mercy Parish, puede sentirse afortunada. Probablemente habrá misa el domingo y muy pronto será tapada una grieta de las paredes del altar.
"Es una situación distinta'', comentó el párroco de la iglesia, Calixto Hilaire, refiriéndose al hecho de que en los alrededores de Petionville el impacto del terremoto del pasado martes no tocó a fondo a las familias de mayores recursos.
Hilaire, un sacerdote haitiano que desde el 2001 dirige las actividades de Divine Mercy Parish, se siente acongojado por el clima de incertidumbre y caos que atraviesa Puerto Príncipe. Ha esperado la ayuda de la gente que vive con lujos, pero hasta el momento sólo una familia, de alrededor de 100 que hasta hace dos semanas participaban en los servicios religiosos, ha hecho su aporte de comida enlatada, agua y medicamentos.
Janel Lettes, un guardia de seguridad privado que realiza tareas de vigilancia y mantenimiento en una mansión, no parece estar sorprendido con la escasa participación de los ricos. Está seguro de que una buena parte de los vecinos abandonaron el barrio temporalmente debido a la crisis, atemorizados también por las réplicas del terremoto que han seguido en estos días.
Lettes lleva una escopeta en bandolera y una camiseta que lo identifica como un guardián. Durante la mañana estuvo limpiando la casa de sus patrones, una mansión de cinco habitaciones, piscina y antena parabólica que no resistió la embestida del terremoto y ahora tendrá que ser demolida.
Pero ni eso representa un dolor de cabeza para su propietario, un comerciante que salió del país tras el terremoto y planea empezar la construcción de su nueva casa tan pronto como se regularice la venta de materiales, según Lettes.
"Fuera de esto, y como usted puede ver, todo está tranquilo'', agregó. "Parece una broma de mal gusto porque abajo se vive en un infierno y la gente está realmente hambrienta, desesperada''.
Las incomodidades de Petionville son pequeñas en comparación con el resto de la capital. La gasolina escasea para llenar los tanques de las camionetas 4x4, muy populares entre los residentes de este enclave. Ha cerrado temporalmente una escuela de ballet. Y el campo de golf que solía ser el orgullo de los residentes fue convertido en zona militar por el Ejército de Estados Unidos. Desde allí los militares coordinan sus operaciones, como el traslado de miles de damnificados a zonas más seguras del país.
"Es difícil de asimilar. Creo que las cosas están peor que cuando comenzaron'', dijo Cabrini Demesmin, un joven de 30 años que se dedica a hacer pinturas y grabados para ricos.
Demesmin heredó la casa de su padre en Petionville, un abogado de renombre que murió hace unos años. Ahora comparte sus habitaciones con una decena de parientes que siguen pensando que lo peor aún falta por llegar.
"Nos han dicho que estemos atentos a los temblores, al menos durante un mes'', precisó Demesmin.
Mientras tanto, Lettes pasa las horas escuchando noticias por radio y preguntándose también a dónde irán a parar más de 500,000 personas que terminaron en la calle.
"En las alturas de Petionville sobra mucho espacio'', reflexionó.