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miércoles, 28 de abril de 2010

Por Cándido Mercedes.- La sociedad moldea el liderazgo y hace a los líderes. El liderazgo no está libre de valores ni del contexto social-cultural en el que interactúa, se expresa y logra sus resultados. Hoy, en la sociedad del conocimiento, se precisa auscultar los medios que usa el líder para alcanzar sus metas, como el contenido moral en que se dibujaron sus acciones.

El liderazgo que se requiere hoy, es aquel que promueve un cambio cultural y social. Se necesita de un liderazgo auténtico, que encuentre eco a través de la confianza, asumida ésta como el continuo de expectativas positivas en su relación con los demás; en su creación, construcción y deconstrucción con la sociedad, o, con la organización que dirige.

Si el liderazgo es la capacidad de influir sobre los demás, la confianza se constituye en el principal capital, de ahí que ella tenga cinco dimensiones para ser posible el liderazgo auténtico que auguramos: Integridad, Competencia, Consistencia, Lealtad y Apertura. Es la necesidad de un liderazgo que se apoya en valores democráticos, como elemento fundamental para la creación de un mejor futuro y un verdadero desarrollo.

El liderazgo como base catalizadora, cohesionador de deseos, necesidades y desafíos, ha de ser consecuente, fiel en la conducta y en la práctica cotidiana con los valores de la democracia. La Democracia como Sistema Político trajo en su seno, como parte medular de su razón de ser, la competencia.

En su teoría competitiva de la Democracia, enunciada por Schumpeter en Capitalismo, Socialismo y Democracia, sostiene "El método democrático es aquella ordenación institucional establecida para llegar a la adopción de decisiones políticas en la que los individuos adquieren el poder de decidir por medio de una lucha competitiva por el voto del pueblo".

Así, competencia es igualdad de oportunidades en los espacios públicos que compartimos. La Democracia lleva de manera intrínseca los valores de la justicia, equidad, inclusión, información y transparencia.

El liderazgo es como una especie de luz, ilumina, crea el necesario espacio para alcanzar con su energía potencializadora, los elementos concurrentes que hacen posible alcanzar las metas y objetivos de una sociedad, de una organización. En la sociedad del conocimiento el matiz caracterizador del liderazgo, que crea la distinción medular, es la de un líder que sea visionario, con talento, creador de valores, soñador e innovador. No es suficiente la inteligencia, la visión, persuasión: se requiere de integridad. La integridad como la armonía entre lo que se piensa, se dice y hace.

El liderazgo que necesitamos es aquel que trilla una razón de ser, en el aura de la sociedad; aquel donde su razón de existir cobra verdadera singularidad en el cuerpo total del tejido societal que representa; aquel generador de lo que somos y lo que queremos ser. El liderazgo que dibuja el trazo de donde estamos hoy, constituyéndose en un puente a través del cual apoyamos el presente y el futuro. El que auguramos es aquel que se conecta con la sociedad, priorizando sus necesidades, en función de los intereses de ella y no de sus intereses personales y partidarios. El que juega porque
las instituciones sean cada día más fluidas, más expeditas y cumplan sus funciones , más allá de los intereses corporativos.

El liderazgo en la era del conocimiento es aquel que comprende que si después de 4, 8, 10, 12, 16, 22 años en el poder, necesita más tiempo, es porque, sencillamente, no pensó nunca en una sociedad trascendida a través de sus acciones. Es que nunca apostó a su desarrollo, sino a su personalismo, que es una enfermedad.

La misión del liderazgo es hacer que las cosas sucedan, sobre todo, las que impulsan el desarrollo de esa sociedad y evitar que otras pasen, como la desigualdad que ha crecido; que tenemos un 12% de indigentes; un 32% de pobres; el 53%
de la población que recibe ingresos pertenecen a la economía informal; un 11% de la población adulta es analfabeta...

Necesitamos de un liderazgo que no viva el hoy de manera permanente, sino que sueñe más allá de su tumba con el legado hermoso que generaron sus acciones; de un liderazgo que supo conciliar los intereses divergentes en favor siempre de la sociedad; que frente a cada dilema ético su foco era siempre la nación.

El liderazgo que auguramos es aquel que comprende que el presente y el futuro no es posible sin una meditada, decidida y renovada acción política, porque el liderazgo es al final de cuenta, una tarea de amor, una búsqueda de significado y de sentido a los seres humanos que queremos liderar.

Tengo una profunda fe y una absoluta esperanza de que ese liderazgo ronda por ahí tocándonos las puertas